Cuando se habla de teatro del absurdo y de qué nos habla; nos solemos quedar en la cascarilla.
He estado muy ligada a Ionesco y al absurdo toda mi vida teatral, y a medida que he ido madurando también ha ido cambiando
mi visión sobre él.
Al principio me quedaba en la cascarilla, en el humor absurdo, en la pantomima que propone.
Pero va mucho más allá. Por ello es un subgénero en sí.
Nace de la tragedia absurda, y es ésta la que nos provoca la risa ante la absurdez del asunto.
Ello nace como crítica a las situaciones del comportamiento humano que conllevaban hechos dramáticos,
que empezaban a darse en el siglo XX y que de manera objetiva y vistos desde fuera, llegaban a ser situaciones cómicas.
Nace tras dos Guerras Mundiales provocadas por regímenes políticos y económicos regidos
por las alianzas y los ententes entre naciones. Algo así como no pegues a mi colega que no voy a tener más remedio que pegarte una hostia, aunque no quiera, es que ayer me invitó a una. O es mi primo.
Me
imagino al Káiser cagándose en la madre que parió al anarkista que mató al archiduque en Sarajevo, que ahora tenía que reunirse y había dejao los garbanzos a remojo. Y encima el tipo le caía mal.
La situación es cómica, pero las consecuencias humanas son terribles.
He ahí el hecho absurdo.
Un hecho absurdo de los muchos que han ido surgiendo como setas desde entonces: los Estándares.
Absurdo puro.
Cojamos uno de ellos.
Estándar de belleza.
Ignorando nuestra propia naturaleza como es propio de éstos tiempos que corren, ignorando que cada uno tenemos un gusto y preferencias
diferentes, nos obligamos a buscar ese estándar en los demás. Y en nosotros mismos. Nadie es así.
Antes era la iluminación, el maquillaje, las medias en las cámaras. Luego el photoshop...
Para crear una
imagen inexistente.
Algo imposible. Creado por nosotros. En base a no se qué.
Las marcas de ropa se adecúan a ese estándar, con lo cual, para no sentirte un marciano que no usa la talla M, te autopropones inconscientemente
que debes amoldarte.
Para llegar al estándar. Inexistente.
Ayuda también el hecho de idealizar el estándar, es decir, que sólo sea accesible para unos pocos afortunados.
La industria de la moda intenta abaratar
costes, segura de que si la plebe ve la posibilidad de alcanzar el american dream, acudirán en hordas a sus tiendas.
Para abaratar estos costes, necesita conseguir mano de obra barata, así que se lleva sus centrales de producción
a países en vías de desarrollo, que para más pelotas están deseando que llegue esa central para tener trabajo.
Esas empresas que se enriquecen aumentan el PIB de su país e influyen en sus relaciones internacionales,
alianzas y posicionamiento político. A su vez, cotizan en bolsa con grandes capitales.
Con lo cual, se convierte en algo claramente influyente en la población de a pie de ese país, en los precios de los alimentos, etcetcetc...
Ni hablar de que hay toda una rama de la medicina con su formación reglada, instrumental, comercio de prótesis, productos varios, etcetcetc...
Gimnasios, batidos, dietas, etc... Con sus fábricas, pueblos, tenderos,
personas....
TODO POR ALCANZAR EL ESTÁNDAR.
Que todo esto no hace sino demostrar que asumimos que es inalcanzable, por ello nos transformamos para conseguirlo.
Y se origina el drama sin querer en nuestra
vida del día a día. Los tejemanejes que mueven el mundo.
Una fábrica cierra en Yakarta y un pueblo muere.
Por un objetivo inexistente, irreal y aleatorio.
Pero que influye de manera decisiva en el devenir del mundo.
En el conjunto de su red en la diplomacia internacional. Y por tanto en las guerras. Y nosotros pensando que es por ideologías, o por justicia,
EL ABSURDO.
Y somos tan absurdos que creamos estándares contradictorios.
El estándar laboral y el éstándar familiar: incompatibles. Y a frustrarse socialmente, amigos...
Pero ése ya es otro tema.
En fin....
¿Quién le iba
a decir a Sara Montiel que su media movía el mundo?
Buenas Noches....