Si alguien tiene dudas de quién es el mejor deportista español de todos los tiempos, y de los mejores del mundo de la historia, pues que no las tenga, que no sufra: es Rafa Nadal.
No sólo por los títulos,
por la capacidad de sacrificio, la fortaleza psicológica (currada, porque este año hizo público que sufrió de ansiedad en 2015), ese saber que te quedan tres horas de partido e ir a por ello. El ir a por cualquier bola, llegues
o no llegues.
Es por su temperamento y su capacidad para reinvertarse. Este chico diestro que juega al tenis con la zurda, que modificó su servicio para poder ganar en pistas duras, el que modificó su juego para no sufrir tanto físicamente
y poder seguir jugando, el que desde hace dos años dosifica los torneos a los que acude para seguir ganando.
El que humildemente confiesa que la separación de sus padres en 2012 afectó a su juego, y lo suelta en una
rueda de prensa, desmintiendo el mito de que no debes mostrar tus debilidades. El que este año, repito, puede hablar de aquello que le pasó en 2015.
El que juega a la play antes de los partidos, el que da la sensación
de que juega al tenis porque ha nacido para ello. No se disfraza de jugador de tenis, es jugador de tenis, gane, pierda o esté en casa tocándose la hueva. Eso se ve. Lo vimos en mi casa cuando con 17 años ganó la Davis de segundón.
"Joder cómo juega este tío" soltó mi ama.
Lo mismo que si hubiera sido carpintero. Da la sensación de que habría sido igual. Lo habría hecho igual de bien. Por el simple hecho de hacerlo bien y superarse a sí
mismo.
Éste es el ejemplo que hay que enseñar que es un buen ejemplo.
PARA TODO, PARA LA VIDA, PARA EL TEATRO.
Todo un Roland Garrós bombardeando la mediocridad.
Buenas noches.