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Hace años, cuando el metro todavía no llevaba en marcha muchos años, las gentes de Bilbao cogíamos el autobús.

 

Recuerdo coger el 40 a las 6:45 para ir de prácticas al hospital, y una semana sí y una semana no estaba esperándonos con su autobús Carlos.

 

Digo Carlos porque es el nombre que me viene a la cabeza cuando le visualizo. Creo que era de Vitoria.

 

Carlos es un simple conductor de autobús que se levanta por la mañana, se ducha con cuidado para no despertar a su mujer y a sus hijos, bebe café de marca blanca y unas galletitas y se pone en marcha hacia cocheras. Un tío normal, del vulgo, que cree que tiene suerte por tener un buen trabajo.

 

Vamos a hacer una composición de tiempo y lugar: 

Por aquel entonces, en la cosa del teatro, no se daba tanta importancia la realismo sino a  los espectáculos en los que el actor trabajaba de forma minimalista pero a la vez con una máxima precisión técnica en movimientos, vocalización y limpieza de la voz, digamos con excelencia técnica.

 

Y en la universidad, en la carrera de enfermería, se hablaba de la búsqueda de la "excelencia en los cuidados enfermeros".

Fruto de esa marea de excelencias, una frase que me dijeron se me quedó grabada: "Hagas lo que hagas en la vida intenta ser la mejor en lo tuyo, excelente; no hay nada peor en la vida que ser mediocre, al mundo le sobra mediocridad".

El terror a que viniera el monstruo de la mediocridad a acojonarme por las noches me atormentaba y me sigue atormentando a veces, dicho sea.

¿Qué era la excelencia pues? 

Así de primeras, cuando piensas en excelencia te vienen a la cabeza... ... yo que sé:  Mandela, Gandhi, Marie Curie, Leonardo Da Vinci, Chaplin...

 

A mí me viene Carlos.

 

 

Al entrar al autobús te saludaba siempre con una sonrisa, un: "buenos días, ¿qué tal?". Los días que hacía mucho frío dejaba la puerta abierta del autobús aunque aún le faltaran diez minutos para salir de la parada. En lugar de salir más tarde de cocheras, allí estaba, con la calefa encendida e invitándonos a entrar. 

Saltándose seguro todas las normas y protocolos, en alguna ocasión pegaba frenazos cuando veía que alguien llegaba corriendo al bus, era de los que llevaba algún caramelo para los niños. Era de los que salía de su asiento (y nosotros asustados porque salía como una bala y pensábamos que se había jodido el bus) cuando veía a una mujer con un coche de niño, iba hasta la puerta, y sin decir ni una palabra ayudaba a la señora a subir su carrito. Volvía y santas pascuas. Así, sin más. Sin esperar nada a cambio, salvo el silencio de una pequeña marabunta soñolienta o la mediobronca de algún inspector.

 

 

Y yo, cuando llegaba al hospital o a los ensayos, lejos de tratar de emular a la Henderson, a la Peplau, a la Nightingale, o a los actores del escenario del Arriaga, inconscientemente tenía en mi cabeza a Carlos.

 

 

Era un ejemplo para nuestro entorno con sus pequeños actos y cambiaba, de cierta manera, un poquito el mundo.

 

Esa debía ser la excelencia de la que todo Dios hablaba.

 

 

Con la costumbre del metro ya arraigada, los horarios del 40 fueron menguando y con ellos la presencia de Carlos desapareció también.

Y siguió la vida.

 

 

Antes de ayer, al coger un autobús para volver a casa, ví a un conductor fuera de servicio calvo, con los ojos claros, que pidió amablemente al conductor de ese autobús su billete gratuito para volver a casa. Casi tímido, en voz baja, casi tartamudeando, sin levantar la cabeza, sin un "chavalín, ¿no me conoces?, llevo veinte años trabajando en esta empresa". Y se sentó tranquilo en un asiento como cualquier otro usuario.

 

Sí, era Carlos. 

 

Pensé que se merecería saber que ha servido de inspiración durante muchos años a una pobre miserable, y como a mí, seguro que a más paisanos.

Merece saberlo.

Pero no dije nada.

 

Todo esto no sé si es un agradecimiento, o si tiene esto alguna conclusión, pero el fuero interno de esa chica que iba a la universidad, al hospital y a los ensayos a meterse una paliza,  espera  que el mundo se dé cuenta de que la excelencia no está en el postureo, ni en los estándares de calidad, sino en las personas como Carlos.

 

Me apetecía contarlo.

Buenas noches.

 

 

 

 

Comentarios

16.09 | 18:20

Nasnoches, ay Rita!

27.03 | 15:58

Ceeo que he podido ser yo la inspiradora de este fantástico post. Al menos lo de la frustración y la pataleta parece que me suena. Espero ser recuperable 😂😂😂

19.03 | 21:35

Me ha encantado tu reflexión Ana y gracias por compartirlo. Un gran abrazo. Reyes Cid.
Hasta pronto

07.07 | 11:55

Aupa lander, no he podido escribir mas, pero si, hobby, en fin, eso hace que muchos trabajos sean no remunerados o de baja remuneracion.