Si te inmiscuyes en esas salas limpias, las que tienen aroma propio, te viene la nostalgia.
De cuando de adolescente te lo flipabas en una de los pocos sitios en Bilbao en los que podías ver trabajos de danza.
La única
sala a la que acudías religiosamente hace años sin ver el cartel para dejarte sorprender.
Esa sala elitista, que me trae nostalgia, y con ella, personas, lugares, y olores que añoro y que vuelven de repente.
También
nuevos mundos, nuevos descubrimientos personales.
Esa sala que con el frescor de un Tinto de Verano en la que Fedra busca la mirada del joven Hipólito y trata de aferrarse a su ser evocando una fantasía que la mantiene viva.
Al otro lado del tiempo una mujer danza con su juventud para evitar ser engullida por ella misma. Una mujer espera paciente el turno de dejarse el cabello largo y permitirse sentir como cuando era pequeña.
Un hombre hecho de celofán
encuentra su libertad en la propia miseria de su soledad, el tiempo y la rutina le saludan más allá para encerrarnos en nuestras propias vidas de hielo, y la sangre de los chicos del maiz pintan un lienzo de desgarro adolescente.
Fiel, La Fundición siempre está ahí. Siempre.
Ahora, toca despedir Pakidermo, parte del pasado de muchos. Otro lugar de olores conocidos.
¿Cuándo podré volver al escenario
de Maristas para volver a oler su escenario? La mezcla de velas, humedad, madera y laboratorio que tanto me atrajo y por el que me enamoré.
Supongo que en su debido momento.
Buenas noches.