A veces me siento ridicula.
Por insegura.
Grabándome a mí misma para un casting.
Sin saber detalles, simplemente con lo que sugiera el director.
Es extraño,
es como tener que dar un resultado inmediato. Sin saber.... ....nada.
A ciegas.
Te preguntas si importará el formato, la calidad del video más que la aportación personal.
Está
claro que viste, así que, a ponerse el vestido.
Entonces te paras a pensar en el equipo técnico que debes tener para hacerte un videobook, un casting de estas características y los conocimientos para reducirlo al tamaño
obligatorio de la propuesta.
Es obvio que es parte de la industria, pero hace años no era así.
Está claro, vivimos en el presente y hay que adaptarse.
O conocer gente que te
lo pueda hacer en condiciones.
Y entonces piensas en el trabajo de relaciones y trueques que debes realizar, y de lo que te distrae todo ello de lo que realmente te importa, aunque también sea parte del trabajo.
He estado escuchando últimamente mucha música de los años 70, aparentemente más simple, pero con una complejidad acojonante al mismo tiempo.
Me parece más auténtica.
Sin
sintetizadores, sin trucos.
Estamos en la era de los productos enlatados, en serie, en la que no distingues la calidad de una lata de sardinas de otra, porque todos intentan fabricar la misma, que al final es la que te asegura que el cliente
va a pagar por lo que fabricas.
No hay riesgo, no hay artesanía. Ni por el que contrata, ni por el contratado, que al final obviamente, sabe o que al final quieren.
Quizá también porque de algo
hay que comer.
Pero, ¿merece la pena sacrificar la esencia?
¿O es la pescadilla que se muerde la cola a punto de cascarse?
No lo sé, es sólo una reflexión.
Buenas noches.