A veces se nos va.
Se nos va la olla, se nos olvidan las cosas.
Hay que resetear.
Quiero decir, se nos olvida el por qué hacemos las cosas.
Lo que tenemos alrededor
y nos impulsa.
La razón de ser de nuestra profesión.
Echas una miradita y ves a tu alrededor miseria humana, mamoneos, cómo funciona el mundo.
Encarcelados por robar a la población
lo poquito que tiene que se vana a esquiar porque el gobierno tiene miedo de que tire de la manta. Partidos políticos que se aprovechan de los sueños y la rabia acumulada de la pobre gente para convertirlos en fanáticos. La hipocresía.
La casa real en sí, que es porque sí, y el resto de morralla política por llamarlos algo fino y no llamarlos ladrones, capaces de besar a una rata para la foto.
Ésto a gran escala. A pequeña escala funcionamos
igual, pataditas, zancadillas, el yo primero y luego ya veremos, peloteo, mamoneo.. Y luego nos las damos de amigos de la humanidad.
¿Tanto problema hay en admitir que todos somos la misma mierda y que la solución no es soñar
con el mundo de la golosina sino trabajar de verdad por lo que queremos, con nuestras cosas buenas y malas?
Desencantada con el ambiente del sálvese quien pueda y el que si no está escrito no está dicho.
Hablemos de teatro.
Se nos olvida a veces lo que queremos contar o lo que queremos hacer. Por prisa, necesidad alimenticia o simplemente por nuestro propio ego herido.
Lo que queremos ser. Y lo que el público necesita
ver.
La comedia, el drama. Como vía de escape. Vía de escape de la tragedia.
Nos falta morder el polvo. A menudo veo historias que pìerden su razón de ser, su perspectiva, póngase en el hueco la
palabra técnica que se quiera, palabras son palabras.
Por nuestra necesidad de exhibición actoral, de dirección, nos olvidamos de la tragedia principal, de los sentimientos humanos que suscitan o simplemente nos impedimos dejarnos
llevar por la necesidad de explote, del miedo a la muerte, de la necesidad de evadir la soledad, de amor, rabia, dudas, de lo que nos hace humanos, más que la extrapolación de sentimientos etéreos, vacíos e irreales. ¿Qué
es hacerlo bien? ¿Qué es hacerlo mal? No sé, simplemente no sé.
Admiro a Almodóvar, porque sabe como nadie recrear las situaciones trágicocómicas de la vida.
Como
esa mujer, que recién separada, pierde su alianza limpiando chipirones y se echa a llorar en medio de una cadena de montaje a las 4 de la mañana,