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Arriaga, viernes, la ría a punto de salirse de su cauce, y aquí estamos señora, viendo La calma mágica.

 

Por aquello de que son de aquí y no son profetas en su tierra.

 

Sorprende al entrar el poco aforo. No sé, no eran unas entradas tan caras.

 

La escenografía, sencilla, como a mi me gusta, y tres simples entradas y salidas y la sencillez del asunto hacen que cada objeto que interviene cobre vida.

 

El tema me gusta, el momento en el que decides qué hacer con tu vida en la edad madura, cuando tus sueños se desvanecen y cada vez estás más desencantado con todo.

Cuando te quedas sin padres (toco madera) y tienes que aprender a ser huérfano, es decir, a ser tu propio referente y ser el propio responsable de todas tus decisiones.

 

Al principio promete, las dos interpretaciones parecen naturales pero detrás se aprecia el trabajo. Me gusta la idea de los monguis de la sinceridad.

 

Comienza la alucinación.

 

Me río un montón con la absurdez de las nuevas tecnologías y los líos obsesivos que se montan con nuestra imagen, hasta perder la cabeza. El personaje que se encuentra confundido, abatido y temeroso del fracaso, me identifico. 

Pero la historia, en la que aparecen todos esos elementos tan ricos y más que se me olvidan, se va desvaneciendo hacia la segunda mitad, para dejar paso a trucos escénicos que se ahogan en unas interpretaciones que se van diluyendo hasta volverse estáticas y en momentos, llenas de técnica, pero se tornan falsas y sin conexión con la escena (se oye un disparo y nadie reacciona, sólo después). Con lo cual, una vez más el propio montaje se antepone a la interpretación.

Me ha pasado más veces al ver una obra así. Se antepone el efecto de lo contado a lo que quieres contar, de tal manera que lo que cuentas acaba convirtiéndose en un tema ridículo comparado con todo lo que ha acontecido en escena. Como si el montaje fuera por un lado, y el mensaje por otro.

Para los que hayan visto la obra será fácil de entender. Cada personaje tiene su momento de sinceridad, su monólogo. El monólogo final del protagonista en el que habla con su padre. 

Son tantas las cosas que se le han podido pasar por la cabeza durante toda la obra, que la simpleza, que no sencillez, del mensaje final, me parece eso, simple, infantiloide, adolescente, para mí no bien interpretado y no bien dirigido. Cuando lo que se ha visto durante una hora y cuarenta minutos es  mucho más rico si se deja al espectador tener sus propias reflexiones.

Con estas cosas yo me desencanto, porque de repente ves que la interpretación no ha sido tal, no sé, yo me entiendo. 

¿Por qué tenemos la manía de dejar un mensaje como pequeños dioses creativos si el público desde que es público y el teatro desde que es teatro lo hace por nosotros? Es que al final salgo de mala leche....

 


En resumen, tiene muchos altibajos, momentos muy buenos, pero también muy malos.

 

Lo mejor: el tema y que la carcajada y la lagrimilla, el mismo tema te la saca.

Lo peor: el montaje que antepone la dirección y los objetos escénográficos marcando una línea paralela entre interpretación y montaje.

 

Y lo tengo que decir después de haber visto casa de muñecas: desnudo injustificado de la actriz mientras el actor permanece vestido. 

Hala buenas noches....

 

 

 

Comentarios

16.09 | 18:20

Nasnoches, ay Rita!

27.03 | 15:58

Ceeo que he podido ser yo la inspiradora de este fantástico post. Al menos lo de la frustración y la pataleta parece que me suena. Espero ser recuperable 😂😂😂

19.03 | 21:35

Me ha encantado tu reflexión Ana y gracias por compartirlo. Un gran abrazo. Reyes Cid.
Hasta pronto

07.07 | 11:55

Aupa lander, no he podido escribir mas, pero si, hobby, en fin, eso hace que muchos trabajos sean no remunerados o de baja remuneracion.