Siguiendo al hilo de este blog autoterapéutico que me calzo todas las semanas, hablaré de otra obviedad. Que es obvia, como obviamente he dicho pero que óbviamente hay veces que se nos olvida en nuestro obvio quehacer diario.
Hablaré de las autofelaciones, de llegarse, como diría aquél.
Me refiero por ejemplo a las revistas corporativas de las empresas, de los artículos manidos, o llegando al punto que me ocupa,
del asunto teatral.
Es algo que surge de manera natural, es inevitable, siempre ha ocurrido, y en algunos ambientes, quizá los más inmaduros, seguirá ocurriendo: son ciclos.
Viene al hilo del artículo
de sectas teatrales que ya escribí hace tiempo.
Es decir, a ver si me explico de una vez, la prueba de que a veces nos autofelamos es la exposición de un trabajo a un público "desfavorable" (que tiene pelotas ya definirlo así),
o vamos, en lenguaje coloquial, un público que no te conoce de nada.
Es curioso, porque en muchas ocasiones inconscientemente por miedo a que nos juzguen o por miedo a avanzar tras un fracaso nos cerramos en nuestro micromundo evitando abrir
nuestras orejas y nuestros ojos a gente ajena a nuestro rollito. ¿Para quién trabajamos? Para el público, que para nada le interesan nuestras pajas mentales, gracias a dios.
Esas ocasiones en las que el público no son de
tu "team" son las mayores pruebas de que igual se te está yendo la olla y de que es mejor tener los pies en la tierra e intentar hacerte entender de una manera humilde y sencilla. Desnudarse en escena, así lo entiende todo el mundo. Sencillamente.
Con nuestros fallos, hay que permitirse fallar para no irnos a lo fácil. Para eso sirven también los coloquios. Sin grandilocuencias ni truquitos, no perder ni un atisbo de sinceridad con nosotros mismos ni con la vida.
No nos podemos
permitir ir al lado contrario: perder el compromiso de lo que queremos contar por hacer unos juegos escénicos complacientes, pero que despistan, nos traicionamos. Es decir, perder calidad, perder el norte, cambiar toda tu idiosincrasia por un puñado
de palmaditas en el hombro ante algo que el público no ve. Incoherencia creo que se llama.
Abrirse al mundo, pero de verdad, con ese miedo a caer y cayendo, hay gente que lo hace, no se muere nadie, somos humanos, podemos caernos,
debemos caernos, pero si quieres contar algo de verdad y no quedarte en la cascarilla más nos vale asumir que nos caeremos, y si de verdad lo queremos contar, nos levantaremos de otro modo tras escuchar y lo volveremos a contar, porque es inevitable,
no lo transformaremos alegando que ya lo hemos contado. Y punto. Sino todo se queda en anécdota autofeladora. Y esas duran muy poquito.
Y dicho estooooooo, voy a ver si me llego (malditas costillas flotantes).